¿Prefieres que tu Hijo(a) Coma Galletas a que No Coma? - DiabetesBien

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¿Prefieres que tu Hijo(a) Coma Galletas a que No Coma?

Galletas y diabetes

Con frecuencia encuentro en mi consulta el dilema de madres o padres que están ante el dilema de dar a sus niños, o permitirles que coman, comestibles basura “con tal de que coman algo”, o que dicen tan como en el título: “¡prefiero que coma galletas a que no coma nada!”. Y yo misma como madre, puedo entender los miedos, vulnerabilidades y preocupaciones de una madre encuentra respecto a la alimentación de nuestros hijos e hijas, ¡desde aún antes de que nazcan!… Pero analizaré si esta idea de “es mejor que coma lo que sea” realmente es coherente con nuestra salud y con el desarrollo infantil.

Pues muchas de estas ideas vienen determinadas por mitos similares a los que existen respecto a la salud adulta, pero enfocadas a los niños y niñas: la idea de que “necesitamos comer cada pocas horas”, que si alguien se encuentra en ayunas desde hace unas cuantas horas “se puede desmayar”, o que “los niños necesitan carbohidratos”, o efectivamente la idea de que “es preferible que un niño se eche a la boca lo que sea, a que esté sin comer”…

Primero que nada, la calidad de los nutrientes y de los alimentos es mucho más importante que un cierto número de calorías o de volumen, o una cierta frecuencia durante el día. Es común que los niños pasen por momentos de inapetencia durante el día, y no es coherente con su salud el obligarles a comer algo, ni tampoco el permitirles que “coman lo que sea” o por antojo más que por hambre. Pero además, ya sea que un niño viva con o sin diabetes, también para su salud y bienestar es imprescindible que vive en normoglucemia, es decir, con niveles de glucosa (azúcar) en la sangre dentro de un rango normal – bajo y estable. Numerosos estudios muestran ventajas metabólicas de una alimentación baja en carbohidratos frente a una alimentación baja en grasas.

El exponer a un niño desde temprano en la vida, a una alimentación alta en carbohidratos y comestibles procesados, aceites de semillas, y llena de antinutrientes, puede alterar desde la infancia sus hormonas, su metabolismo, y la biología de los adipocitos que podrían predisponerle a la obesidad. Más allá de “calorías”, se trata de entender cómo la calidad de los alimentos, y el llevar una alimentación baja en carbohidratos y densa en nutrientes, predispondrá al niño a tener salud y bienestar.

Hablemos también de la cetosis: cuando ayunamos, o cuando llevamos una alimentación muy baja en carbohidratos, entraremos en un estado metabólico llamado cetosis (de ahí viene el término “dieta cetogénica”); que es cuando nuestro cuerpo está usando como combustible las cetonas y otras sustancias derivadas de ácidos grasos, en lugar de usar glucosa como combustible principal. La cetosis ha sido malentendida y, por lo tanto, temida; pues se pensaba que podía ser peligrosa. Ahora entendemos que los bebés nacen en cetosis, y siguen estando en cetosis especialmente si se les alimenta con leche materna. Pero además, los recién nacidos y los niños muy pequeños tienen la capacidad metabólica de “regresar” al estado de cetosis, después de muy poco tiempo después de consumir glucosa.

Por lo que podemos estar seguros de que la cetosis no es peligrosa para los niños: por el contrario, ellos están bien adaptados a estar en cetosis sin ningún perjuicio para su crecimiento. Por lo que debemos entender que, el hecho de que un niño a veces no tenga hambre y prefiera no comer nada, es coherente con su desarrollo óptimo y sano, siempre y cuando los alimentos que ingiere cuando sí está comiendo sean de calidad: con proteínas y grasas reales, bajo en carbohidratos y en productos procesados.

En la siguiente gráfica se puede ver cómo se elevan los niveles del B-Hidroxibutirato (el principal de los cuerpos cetónicos) ante la ausencia de comida. Vemos cómo esa defensa ante la bajada de azúcar en la sangre está más desarrollada en los niños que en los adultos. Lo que resulta muy interesante es ver cómo el estado de cetosis nutricional forma una parte fundamental del metabolismo del recién nacido sano normal (sin diabetes, ni venido de un embarazo con diabetes gestacional), lo que le permite conservar su función cerebral en un periodo crítico: cuando el calostro de la leche materna está empezando a llegar, muy poco a poco inicialmente.

Tras el nacimiento, los niveles de glucosa en el recién nacido caen desde los, digamos 90 mg/dl del plasma materno, a los 30 o 40 mg/dl, cuando pinchamos una muestra sanguínea a un recién nacido normal y vemos una glucemia de 36 mg/dl, nos quedamos perplejos al ver que el bebé está tan campante, como si nada. Activo, atento, tranquilo, con buen color, sin sudoración. Esto demuestra lo bien adaptados que están los niños a la cetosis; una adaptabilidad que solamente van perdiendo lentamente y poco a poco, con el tiempo. Por lo que un niño pequeño (aunque ya no sea bebé), sigue estando bien adaptado a ciertos períodos de cetosis. 

Y es que, en el recién nacido, las concentraciones de Beta-HidroxiButirato (B-OHB) pueden elevarse hasta los 2-3 milimoles en las primeras horas de vida. Forma parte de la energía alternativa para el cerebro durante los primeros 2 días de vida. El calostro materno está en perfecta sincronización con este metabolismo cetósico del recién nacido, pues contiene mucha grasa y proteína, pero muy poco carbohidrato (lactosa). ¡De manera que el recién nacido llega al mundo con una dieta cetogénica tipo Atkins! (como se puede ver en la gráfica de arriba).

El Dulce Peligro del Sabor Dulce:

Sabemos que la comida también es un tema social y emocional… por ello se entiende que las madres se preocupen cuando los niños no comen: pues cuando nace el bebé, la madre es literalmente su alimento, la fuente de su alimento. Cualquier dificultad, real o percibida, en la alimentación infantil, contribuye muchas veces a alimentar miedos, vulnerabilidades o preocupaciones en la madre y acerca de su propio rol como fuente de alimento para su hijo. Nuestros comportamientos alimentarios, además, están determinados por factores comunitarios, familiares e individuales, incluidos la disponibilidad y el costo de los alimentos.

La preferencia por lo dulce comienza temprano en la vida y se mantiene a lo largo de la niñez, y comienza a declinar a niveles adultos solo durante la adolescencia media. Esto explica por qué los niños corren un alto riesgo de consumo excesivo de azúcar – no solamente el riesgo de que sobreconsuman, ¡sino que además este sobreconsumo es aún más dañino para ellos!… ya que el cuerpo pequeño de un niño contiene menos volumen de sangre que el cuerpo de un adulto. Cualquier disparo en la glucosa sanguínea de un niño, se traduce en una concentración mucho mayor, de más azúcar en menos cantidad de sangre.

Además, los azúcares añadidos dificultan el correcto crecimiento y desarrollo. Ya empezamos a entender que existe una relación entre el consumo de azúcar añadido y las consecuencias muy negativas para la salud. Investigadores afirman que el consumo excesivo de azúcar está asociado con un mayor riesgo de caries [Paglia et al., 2016], obesidad [Costacurta et al., 2014], enfermedad cardiovascular (ECV) [Vos et al., 2017], diabetes tipo 2 diabetes mellitus (T2DM), síndrome metabólico, enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD). Además, la obesidad es el principal factor de riesgo para el desarrollo de TRS (trastornos respiratorios del sueño). La inadecuada duración y calidad del sueño en niños y adolescentes se asocia con aumento del peso corporal y adiposidad, disminución de la sensibilidad a la insulina, hiperglucemia y factores de riesgo cardiometabólico prevalentes. También se asocia a trastornos del comportamiento.

Además, refiriéndonos concretamente a cereales, granos, leguminosas y otras fuentes modernas de carbohidratos: he explicado antes por qué no son necesarios y pueden resultar dañinos si buscamos una alimentación coherente con nuestra salud y nuestra genética, y lo mismo sucede en el caso de los niños. Concretamente, los antinutrientes presentes en cereales, granos, leguminosas, y ciertas frutas, pueden desencadenar problemas de salud. Este tipo de comestibles (cereales, leguminosas, etc.) contienen antinutrientes como fitatos, oxalatos, gluten, lectinas, etc., sustancias que pueden impedir la correcta absorción de otros nutrientes, así como causar ellos mismos problemas a la salud en muchas personas.

Por ello, cuando las madres me dicen “prefiero que coma galletas a que no coma” (y en especial si esas madres se refieren literalmente a cereales y ultraprocesados, bollería llena de azúcar y aceites de semillas, etcétera), pienso en lo vulnerable que es la microbiota durante la niñez, y en los daños que una alimentación no-normoglucémica puede causar en el desarrollo de un niño – ¡mucho más daños de los que le causa el pasar unas cuantas horas sin comer! (que es “ningún daño”).

He mencionado antes que durante la niñez y las edades tempranas, se programa el metabolismo que tendrá la persona durante toda su vida. Estas “ventanas de programación metabólica” son determinantes de la microbiota futura de un niño, y tendrán enorme impacto en su salud durante toda su vida. Por lo que bebés y niños son aún más vulnerables a los estragos de una alimentación incoherente e inadecuada, además de que una alimentación así le predispone a obesidad, diabetes tipo 1 o tipo 2, trastornos autoinmunes, etc.

Los daños que esta alimentación inadecuada puede causar desde tempranas edades son numerosos: se conoce que una alimentación con alto impacto glucémico (es decir, alta en carbohidratos o con alto índice glucémico) puede contribuir a causar disfunción cognitiva (especialmente en niños que viven con diabetes), menor desarrollo cerebral y neurológico, retinopatía diabética (¡se viva o no con diabetes!), glaucoma, alteraciones en el crecimiento (de nuevo, el daño es especialmente grave para niños que viven con diabetes, y directamente se relaciona con el control glucémico) así como su maduración sexual, acumulación ósea deficiente, entre muchos otros daños que no paramos de descubrir.

La pregunta del siglo entonces es: ¿qué necesita un niño para comer saludable?… ¡Comida real!, es decir, proteínas y grasas puras (grasas coherentes con nuestra genética), vitaminas y minerales, y tener una microbiota sana.

  • Proteínas de alto valor biológico (es decir, proteína de origen animal).
  • … y la proteína animal viene acompañada de grasas reales, ¡genial!
  • Grasas saludables o puras (mismas que construyen membranas, mielina para el cerebro, vitaminas A-D-E-K).
  • Todo ello sin antinutrientes y con alta biodisponibilidad.
  • Están bien las verduras, pero los niños necesitan sobre todo grasas y proteínas.

Por lo que yo animo a las madres, padres y cualquier cuidador de niños, a cuestionar los mitos que nos están causando tantas enfermedades crónicas en el mundo moderno: no necesariamente es mejor que un niño coma galletas, ultraprocesados o ‘porquería’ a que literalmente no coma nada. Recuerda que si deseas llevar un camino de salud y bienestar, de la mano de un profesional coherente, es más seguro y efectivo acercarte a un profesional coherente, que te acompañe y que comparte condiciones similares a las tuyas: soy madre, vivo desde hace 26 años con diabetes tipo 1, y me interesa tener (¡y que mi hija tenga!) normoglucemia, salud y bienestar.

Mi experiencia y mis programas:

Soy Rosy Yáñez, soy Nutricionista con Doctorado, experta en Nutrición y Metabolismo, Diabetes, Alimentación Low-carb, medicación efectiva y ayuno intermitente.

Si quieres evitar o prevenir tener diabetes tipo 2, mejorar tu composición corporal tengas o no diabetes tipo 2, o si eres padre o madre de niños o adolescentes con diabetes o eres adulto con diabetes tipo 1 o tipo LADA y quieres seguir aprendiendo sobre el control adecuado de los niveles de glucosa en sangre, te invito a mirar más sobre mis programas de acompañamiento, que iniciarán el próximo 27 de junio. Mira mis mejores recursos AQUÍ.

Si tienes dudas, Contáctame AQUÍ por whatsapp para saber si yo te puedo ayudar: https://bit.ly/2HSj8iy

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