Al aprender sobre nuestros cuerpos, nuestro metabolismo, y todo lo relacionado con alimentación y salud – ya sea que vivamos con diabetes de algún tipo o sin diabetes – vamos entendiendo que la insulina es una sustancia fundamental en nuestros procesos de metabolizar los alimentos y convertirlos en energía, además de jugar un papel crucial en la ganancia o pérdida de peso corporal.
Ante todo, ¿qué es la insulina?… Es una hormona, una de las principales hormonas constructoras de grasa en nuestro cuerpo. Juega un papel clave en nuestro metabolismo. Cuando comemos algún alimento – en especial si éste es alto en carbohidrato o azúcares –, esos azúcares pasan a la sangre. La insulina se encarga de sacar ese azúcar de la sangre, y hacer que se almacene en forma de grasa en nuestro cuerpo. Si llevamos una alimentación muy alta en carbohidratos y azúcares, obligaremos a nuestro cuerpo a producir mucha insulina, lo cual provoca una mayor acumulación de grasa, en especial si las reservas de glucagón (la forma almacenable de la glucosa en nuestro cuerpo) ya están llenas.
La diabetes podría definirse como algo parecido a tener una “alergia a los carbohidratos”, donde el cuerpo de la persona no produce suficiente insulina o no responde a la insulina producida, imposibilitando “sacar” el azúcar de la sangre y causando severas complicaciones – en especial si la alimentación es alta en carbohidratos. Cuando se trata de diabetes tipo 1 (DT1), el cuerpo produce muy poco o nada de insulina. En el caso de la diabetes tipo 2 (DT2), lo que generalmente sucede es que se tienen factores de riesgo, entre ellos, haber llevado durante mucho tiempo una alimentación inadecuada, muy alta en carbohidratos y azúcares, con lo cual obligamos al cuerpo a producir mucha insulina y, poco a poco, el cuerpo va volviéndose resistente a la insulina, respondiendo menos y menos a ella. Así inicia un círculo vicioso que causa un doble perjuicio porque, por un lado, la insulina cada vez es menos capaz de “sacar” el azúcar de la sangre, pero a la vez que sigue causando acumulación de grasa. Por eso generalmente observamos una relación entre la diabetes tipo 2 y la obesidad, en donde la gente que desarrolla la DT2, suele tener – aunque no siempre – sobrepeso u obesidad.
Por lo tanto, una respuesta corta, simplista y demasiado generalizada a la pregunta del título sería que “sí, un exceso de insulina nos hace acumular grasa corporal”. Sin embargo, como casi todo lo relacionado a nuestros cuerpos, es más complejo que eso. Sería un error concluir rápidamente que la insulina “es mala” o correr a demonizarla. Es una sustancia vital, de enorme importancia en nuestra metabolización de la energía de los alimentos – por eso las personas que vivimos con DT, tenemos que inyectarnos insulina.
Aquí el juego consiste en tener un equilibrio adecuado – y eso no sólo en los niveles de insulina, sino en nuestra salud global. Necesitamos tener cierta cantidad de insulina, ¡y necesitamos que nuestro cuerpo responda a ella!, pero el exceso ciertamente causará problemas. La insulina es una hormona, y todas nuestras hormonas interactúan unas con otras, tienen procesos de regulación complejos (se auto-regulan, y también se regulan unas a otras); en donde cada cambio o comportamiento o intervención, ocasiona con frecuencia una cascada de efectos. Cambios en el funcionamiento de una hormona causarán efectos en cómo actúan otras hormonas. Por ello, referirnos sólo a la insulina como “causante del exceso de peso” o como “la única culpable de acumular grasa” no es exacto ni nos ayuda tampoco.
La obesidad es multifactorial, y para personas distintas puede tener distintas causas, o de variable importancia unas respecto a otras – por ejemplo, en la obesidad de una persona puede tener más importancia el estilo de vida sedentario; mientras que en otro individuo puede ser más relevante la hiperinsulenemia o el estrés, etc. La insulina también interactúa de cerca con otras dos hormonas importantes llamadas grelina y leptina, que reducen o suprimen la sensación de hambre, ayudando a que nos sintamos saciados y a regular mejor las cantidades de alimento que comemos para que sean adecuadas (recordemos la importantísima Ley de las Pequeñas Cifras, de la que hablé antes).
En el fondo de muchos de los factores que contribuyen a la obesidad, se encuentra lo que podemos llamar discordancia evolutiva: nuestros genes evolucionaron durante decenas de miles de años acostumbrados a cosas muy distintas, y esperando cosas muy distintas, que lo que es nuestro ambiente hoy en día. No han tenido tiempo de adaptarse a nuestro mundo moderno en donde hay abundancia de calorías provenientes de carbohidrato y de productos ultraprocesados, y donde la mayoría de nosotros somos mucho más sedentarios que nuestros ancestros. No, nuestros genes siguen actuando y respondiendo como si viviéramos en la época de las cavernas, en un ambiente de fuerte escasez calórica la mayor parte del tiempo: por eso están adaptados con una tendencia a almacenar grasa, para poder sobrevivir épocas de gran escasez que en realidad ya no existen para la inmensa mayoría de nosotros.
Nuevamente, en este carácter multifactorial de la obesidad, la hiperinsulinemia es solamente uno de muchos factores, y además ella misma interactúa con esos otros factores. Entre los factores que también contribuyen a la ganancia de peso o grasa corporal están: la disbiosis intestinal, el exceso de carbohidratos en la alimentación que causa inflamación de bajo grado, un desequilibrio metabólico o inadaptación metabólica, malos hábitos alimenticios (o incoherentes con la “alergia a los carbohidratos” que es la diabetes), inactividad física – pues el ejercicio físico y sobre todo el ejercicio de fuerza, mejora nuestra sensibilidad a la insulina, en otras palabras la respuesta de nuestro cuerpo a la insulina –, factores personales como la edad y el sexo, la cantidad y calidad de horas de sueño que también afectan la respuesta a la insulina (si dormimos mal, hay más inflamación y desequilibrio de este eje hormonal también).
Todo lo anterior sugiere lo mismo que ya he defendido en mis artículos y en mi práctica: una alimentación baja en carbohidratos, basada en comida real y con ingredientes de calidad. Recalcaré de nuevo la importancia de la actividad física, en especial el ejercicio que se enfoca en crear masa muscular. El aumento de masa muscular mejora significativamente la sensibilidad a la insulina, mejora el transporte de glucosa y reduce la cantidad de insulina necesaria para la normalización del azúcar en la sangre. Tener niveles más bajos de insulina, permiten perder el exceso de grasa almacenada. También, las endorfinas producidas durante el ejercicio tienden a reducir el apetito, ayudándonos a evitar comer en exceso.
Una idea final para reflexionar sobre lo complejo que es el problema de la obesidad, y cómo está dictado por muchos factores de nuestra bioquímica corporal: durante muchos años, hemos pensado que la obesidad es simplemente un problema de “falta de voluntad”, pues decimos de manera simplificada que la persona obesa “come demasiado y se mueve muy poco, es su responsabilidad”. De esta manera se responsabiliza al individuo que, supuestamente, tan sólo necesitaría “tener más fuerza de voluntad”. Ahora empezamos a entender que no es así. La teoría de Hilde Bruch nos dice que comer en exceso en realidad es el síntoma de la obesidad, y no la causa. La obesidad vendría siendo entonces un trastorno subyacente, y el querer restringir las calorías, o simplemente “forzarnos a comer menos”, es una estrategia destinada al fracaso porque no considera las raíces del problema. Aquí la pregunta importante es: ¿por qué comemos más?, y la respuesta puede ser muy compleja, ya que un mayor apetito, o tener hambre constantemente, o el descontrol en el nivel de azúcar en sangre, dependen por un lado de la calidad de nuestros alimentos (por eso no ha funcionado nunca el método de simplemente “contar calorías”), pero además estamos sujetos a poderosas fuerzas hormonales – siendo la insulina una de ellas – que dictan desde sensaciones como el apetito incontrolable, y comportamientos como el comer cantidades excesivas, hasta la respuesta de nuestro organismo a lo que comemos.
Mi experiencia:
👩🏻💻 Soy Rosy Yáñez, Soy Nutricionista con Doctorado, experta en Nutrición y Metabolismo, Diabetes y Alimentación Low-carb.
Tengo veinticinco años viviendo con Diabetes Tipo 1 (DM), y desde hace quince años logro tener niveles glucémicos normales, sin ninguna complicación diabética.
Hace 15 años fui bajando los hidratos de carbono en mi alimentación, de forma empírica y por decisión propia, cuando conocí al Dr. Stan de Loach quien me presentó la metodología del Dr. R. Bernstein para mantener normoglucemia a través de una alimentación baja en hidratos y desde allí he mantenido valores de hemoglobina glicada (HbA1c) entre 4,4 y 5,3%. He creado mi propia metodología a partir de mi experiencia profesional y personal, priorizando la nutrición y salud de forma integral.
Actualmente, a mis 39 años de edad, paso la mayor parte del tiempo en rango glucémico normal (71-99 mg/dl), no tengo sobrepeso, me siento fuerte, saludable, activa y físicamente capaz de hacer lo que me proponga, no tengo ninguna complicación diabética diagnosticada. Y soy feliz.
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